Sí, pequeños, expertos en la materia (no sabría decir en qué materia) han determinado que el 19 de Enero de este año ha sido, estadísticamente hablando, el día más triste y depresivo de la historia.
Esto se puede atribuir a la crisis creciente, a las fiestas que se alejan, a los kilos que han venido para quedarse, al mono sodomita que os espera en el armario del dormitorio o a ese extraño furúnculo que os ha salido en cierta parte del cuerpo y que no era demasiado molesto hasta que decidió ponerse a cantar “La Macarena”. Pero ninguno de estos hechos se acerca a la verdadera causa de esa desazón a nivel global, no señor, es mucho más sutil.
Tal día como el diecinueve, hace ya ciertos años, vino al mundo una criatura de inenarrable naturaleza, y cada año en esas fechas la gente siente un escalofrío de miedo y asco (asco eterno) en lo más hondo de su subconsciente. Efectivamente, mentes preclaras, ese negro día, sábado de desánimo, nací yo. A simple vista un bebé normal: feo, rosa, baboso,… como un pequeño tumor en movimiento o un gemelo siamés deforme recién arrancado. Pero ya desde pequeño, con mi mirada torcida con un ojo cerrado y mi cabeza ladeada de malvado científico loco, observando al mundo con odio pero sin llorar, di a entender la que se les venía encima.
Y tal día como este lunes, la gente empieza a darse cuenta del vórtice de odio andante que se arrastra por estas tierras les afecta más de lo que piensan. Algún 19 de Enero, alcancaré mi masa crítica (de odio, esperemos que mi masa física no experimente tal aumento o mis planes de aniquilación se limitarán a dejarme rodar por las ciudades arrasándolo todo cual Critter gargantuesco) y la gente descubrirá los placeres que se sienten al tener en el centro del pecho un genuino sintetizador de pus negra, el auténtico motor del odio.
Para acabar, homenaje a sir Warren Ellis:
-La imagen de la desesperación del lunes por la tarde-
No estaba muerto, estaba de exámenes.